
(Crónica de una campaña de 1949 e involuntarios comentarios críticos del Siglo 21)
Por: Emilio Tarazona (ensayo)
Imagen destacada: Fernando Arias, Neón, 2012. Múltiple (medidas variables).
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La historia se encuentra plagada de acontecimientos dramáticos e insuficientemente narrados sobre los cuales, además, se sedimentan varias capas de olvido: el domingo 4 de septiembre de 1949, uno de los años más cruentos de La Violencia ya completamente desatada en el país, se da inicio a una campaña con el nombre de “Semana Cívica Nacional Pro-Paz” que logra erigir desde el lunes 5 (a modo de estandarte) un enorme letrero de neón en lo alto de la fachada del Capitolio Nacional. La palabra “Paz”, sostenida allí en medio de la oscuridad circundante, quedaría en pocos días convertida en un clamor estéril: una fotografía de Sady González publicada la mañana siguiente, en primera plana de El Tiempo, registra el detalle (Fig. 1). Es probable que estas letras luminosas estuvieran aún encendidas ostentosamente por fuera del recinto cuando tres días después, por encima de la media noche y antes de haber concluido la primera hora del jueves, una larga sesión de la Cámara apenas reanudada (que debate la propuesta del Partido Liberal de adelantar las elecciones presidenciales) detiene los argumentos para imponer un salvaje intercambio que pasó de las afrentas personales al fuego cruzado entre Representantes de ambos bandos políticos.
Fig. 1. Letrero de neón sobre la fachada del Capitolio Nacional, colocado el lunes 5 de septiembre de 1949 como parte de las actividades de la “Semana Cívica Nacional Pro-Paz”, anunciada del 4 al 11 de septiembre de ese año (Foto: Sady González. Primera plana de El Tiempo, 6 de septiembre de 1949).
El Representante Liberal por Boyacá, Gustavo Jiménez, muere con el impacto de un proyectil que se abre paso en su cuello por encima de la clavícula, comprometiendo el borde arterial. Aún, setenta años después, se desconoce si este fue disparado por el Representante Conservador del mismo Departamento, Carlos del Castillo, a quien Jiménez había increpado con alusiones despectivas sobre su procedencia familiar que rápidamente se tornaron personales: el Liberal siembra dudas innecesarias sobre el segundo apellido que el otro llevaba, a lo cual el Conservador responde ironizando sobre la supuesta condición de hijo natural o legítimo (bastardía) del primero, consideradas entonces invectivas de deshonor. Al parecer, del Castillo habría sacado primero el revolver adelantándose al gesto no logrado del primero, quien se disponía a hacer lo mismo. En otra versión, la bala letal pudo haber sido disparada por Amadeo Rodríguez, General en retiro y entonces Representante Conservador por Cundinamarca (cuyo elocuente y muy difundido apodo era “Abaleo Rodríguez”), quien se habría mantenido disparando de manera continua durante ese estrepitoso tiroteo, descargando todos los casquillos y a punto de recargar al final del mismo, a pesar de haber sido herido en el brazo izquierdo en el altercado. Sady González, corresponsal de El Tiempo (quien registra también uno de los más impactantes y mayores acervos conservados del Bogotazo) captura aquí la terrible imagen que se publica la mañana del 8 de septiembre, nuevamente en portada y en la misma precisa esquina del tabloide que días antes destacaba con otra foto suya el letrero comentado, con la palabra “Paz”: allí, el cuerpo de Jiménez yace aun en el hemiciclo, muerto sobre el charco de su propia sangre (Fig.2).
Fig. 2. Primera página de El Tiempo, 8 de septiembre de 1949. Fotografía del Representante Liberal por el Departamento de Boyacá, Gustavo Jiménez Jiménez, yace muerto por un disparo en el cuello producido durante la balacera en el Congreso.
Esa fue una noche en que la institucionalidad misma se enfrentó a plomo. El saldo sería de un Representante (Liberal) muerto y otro (también Liberal) gravemente herido: Jorge Soto del Corral, de Cundinamarca, quien bañado en sangre fue llevado a la Clínica de Bogotá donde lo operarían de emergencia en las primeras horas de la madrugada, quedando postrado y luego muerto en un tiempo dilatado de padecimiento: había sido lesionado irrecuperablemente en la pierna derecha (rotura por proyectil de la tibia) y moriría a consecuencia de problemas que empezaron esa noche y acabaron arrastrando penosamente dolencias hasta seis años después.[1] La prensa da cuenta, además, de tres heridos leves: el General Amadeo Rodríguez, ya mencionado; Ricardo Silva, Representante Conservador del Norte de Santander (con lesión en el labio superior); y Guillermo Bustamante, Representante Liberal por el Valle del Cauca (a quien una bala le rozó la oreja).[2]
Dos circunstancias atizaron el desenlace: protegidos en la inmunidad parlamentaria que impedía la requisa, los políticos podían entonces llevar armas, aun cuando sostenían su “palabra de honor” al Coronel Hofmann (encargado de la Seguridad en el Capitolio) de no portarlas; y adicionalmente, el Bar recientemente instalado en la Cámara no hacía restricciones en el expendio de alcohol durante los recesos entre las sesiones. El impacto inmediato de la tragedia viaja por emisiones electromagnéticas: tanto el debate como la balacera serían transmitidos en vivo por la radio y esta última, seguida por el anterior (que seguramente ya tenía a los radioescuchas aburridos), sería así propalada en Departamentos, Provincias, Áreas Metropolitanas, Comunas, Barrios, Corregimientos y Veredas, logrando enorme conmoción nacional. Resulta difícil medir el impacto de este evento en las subjetividades y lo que mueve al interior de ellas cristalizando caracteres distintos: esa noche en el hemiciclo estaba presente Julio César Turbay, del Partido Liberal, entonces Presidente de la Cámara y hombre con fe en el Congreso (quien a fines de los Setenta sería el Presidente que instala una severa política represiva encarnada en el Estatuto de Seguridad); pero además, Pedro Antonio Marín (quien años después toma el nombre de “Manuel Marulanda Vélez”) escucha la balacera provisto de una radio de baterías en el momento mismo en que esta se produce, mientras se encontraba huyendo, escondiéndose de las masacres de Liberales por los sicarios conservadores apodados ‘Pájaros’, y esperaba una voz de aliento (que nunca llegaría) por parte la cúpula de lo que entonces era aun su Partido. A década y media de la fundación de la guerrilla de las FARC de la que sería jefe, el joven Marín decide reunir a miembros de su familia asumiendo lo que para él quedaba en ese momento como única opción: la autodefensa.[3]
Fig. 3. Portada del diario El Siglo (8 de septiembre de 1949).
Los medios de prensa calcularon poco después en más de cincuenta (y otro hasta en no menos de cien) los disparos repartidos en pocos minutos esa noche. Imaginemos la escena descrita: cartuchos regados por el piso, algunos amplios charcos de sangre en lugares específicos y decenas de huellas de impacto encontradas en los asientos (que sirvieron de escudo a quienes atacaban, se defiendían o simplemente intentaban escapar) así como en los muros. No obstante, las crónicas tienen versiones divergentes de los hechos según se trate de un medio afín al liberalismo o conservatismo, cosa que se repite en toda la época (ver por ejemplo el contraste de la portada de El Tiempo con la de El Siglo para ese día – Fig. 2 y 3)[4]: estos endilgan a un representante del bando político opuesto el haber disparado la primera bala que desató el tiroteo, destacan en el bando propio quien actuó en legítima defensa y señalan que el Representante del partido contendor se encontraba en estado de ebriedad o tenía un plan premeditado, escuchado por algún testigo, en descargar su revolver contra el otro. Mientras estos testimonios y recuentos serios o tendeciosos de lo ocurrido se propagan en los periódicos atribuyendo mutuamente al adversario político la responsabilidad de la desgracia, las investigaciones oficiales lograron hundirse o perderse, literalmente, en la memoria: incluso el registro de audio de esa noche, transmitido por la radio, sería robado días después dificultando el esclarecimiento de los hechos.[5] Hay sin embargo una constatación: como ocurría entonces en el resto del país, y aunque los periódicos Conservadores (partido en el Gobierno) intentaran ocultarlo, aquí los muertos los pusieron los Liberales (quienes eran mayoría en el Congreso), aun si dos entre los tres heridos leves eran del Partido Conservador. Tomado como un atroz efecto institucional del recrudecimiento de La Violencia, el Presidente Mariano Ospina declara el Estado de Sitio y ordena el cierre del Congreso, Asambleas y Consejos, encontrándose el país a dos semanas de las elecciones que, en noviembre de ese año, le dan un triunfo sin contendor al candidato de su Partido, Laureano Gómez (habiendo Darío Echandía, del Partido Liberal, desistido en la contienda por la impunidad y la completa ausencia de garantías del proceso).
Lo que esa tragedia interrumpe en las noticias publicadas entonces, es aquella muy alentada Semana Cívica Nacional programada del 4 al 11 de ese mes. Se trataba de un evento organizado a través de juntas en todos los barrios de la Capital y en las principales ciudades, coordinado por un comité central, la “Sociedad de Amor por Bogotá”, que recoge adhesiones de diversas instituciones en todo el país.[6] Su icónica imagen visual llevaba una paloma con rama de olivo dentro de un círculo (de fondo verde) que encierra también la frase “Queremos la paz”, y tenía como lema oficial la fórmula “Paz + Concordia = Patria” (Fig. 4, 5, 6, 7, 8, 9). Afiches de distintos tamaños y banderolas con este otro estandarte e ícono fueron colocados en diversos establecimientos y se convocó ampliamente a la participación ciudadana en las calles hasta con aviones que cruzaban el cielo diseminando en volantes los afiches y la programación: aunque el despliegue es hoy difícil de medir, las crónicas de los diarios que hasta antes del 8 de septiembre vierten estos relatos permite imaginarlo como un claro antecedente de aquella otra, más reciente (y aun en la memoria) “Jornada de Artistas por la Paz” realizada en agosto de 1984, en la que toda Colombia fue invadida por representaciones de palomas blancas:
“Bogotá se encuentra hoy prácticamente empapelada con avisos de todos los tamaños en los que, con letras blancas sobre fondo verde, se lee la frase ‘QUEREMOS [LA] PAZ’. En las casas, en los automóviles y hasta en los cajones de los limpiabotas, como se ve en la fotografía, ha sido colocado el cartel que simboliza el anhelo general de que se restablezca el sosiego en el país.” (El Espectador, 5 de septiembre de 1949, p. Tercera).
“En numerosos edificios públicos, en los hogares, en las calles, flamea hoy el símbolo de la paz: una bandera blanca. En las puertas, sobre los muros, en los automóviles, dentro de las oficinas y hasta en los cajones de los emboladores, se han colocado pequeños avisos que dicen: ‘Queremos la paz’. En las páginas de los diarios, por las radiodifusoras se publica y transmite el ‘slogan’ de la Semana Cívica Nacional: ‘Paz + Tranquilidad = Patria’ [sic]. Sobre el capitolio, en lugar que domina la plaza de Bolívar, se ha colocado un aviso luminoso con la palabra paz. (…) / (…) En más de cinco mil puede calcularse el número de automóviles y carros de servicio público que participaron en el grandioso desfile que se realizó hoy, al medio día, en Bogotá, que constituyó uno de los más imponentes actos entre cuantos han venido celebrándose en la Semana Cívica Nacional.” (El Espectador, 6 de septiembre de 1949, Edición de la Tarde, p. Primera).
Fig. 4. Símbolo y diseño de la Semana Cívica Pro-Paz en afiches. Publicado en El Espectador (1 de septiembre de 1949, p. Octava). / Fig. 5. Recreación del diseño del afiche de la Semana Cívica Pro-Paz de 1949, en color.
Fig. 6. Anuncio de la Semana Cívica Pro-Paz publicado en El Tiempo (3 de septiembre 1949, p. Dieciséis) incluyendo el slogan de los eventos que se preparan dentro de esa semana.
Fig. 7. El Espectador, 5 de septiembre de 1949, p. Tercera (Anuncio del inicio de la Semana Cívica Pro-Paz).
Fig. 8. El Tiempo, 5 de septiembre de 1949, p. 1 (Aviso de respaldo a la Semana Cívica Pro-Paz).
Fig. 9. Slogan de la Semana Cívica Pro-Paz publicado en la parte inferior de la primera plana de El Espectador (6 de septiembre de 1949).
La programación de esta “Semana Cívica Nacional Pro-Paz”, anticipada con una Conferencia de Prensa realizada en Medellín y la suelta de palomás, la mañana del lunes 5 de septiembre, desde varios lugares destacados donde existen clubes colombófilos en el país; incluye un gran desfile de automóviles y motocicletas en Bogotá, por la Carrera Séptima, portando banderas blancas (que son más una señal de rendición que un símbolo de paz), la cual llega a realizarse el 6 (Fig. 10, 11); la siembra de un “Árbol de la Paz” en todas las capitales de Departamento antes de la tragedia, anunciada el miércoles 7; una marcha de antorchas y desfile de estudiantes en Bogotá propuestas para el día 9, así como la coronación de una “Reina del Civismo” en todos los Municipios del país para el 10 y una “Colecta Cívica Nacional”, pensada para el 11 de septiembre: estos últimos, eventos de los que, interrumpidos por la balacera de la Cámara, no se tuvo más noticia.[7]
Fig. 10. Noticia sobre el desfile de automóviles y motocicletas en Bogotá, por la Carrera Séptima, portando banderas blancas en El Espectador (6 de septiembre de 1949 p. Primera).
Fig. 11. Fotografía de Sady González del desfile. El Tiempo (7 de septiembre de 1949).
Pero volviendo con detalle al letrero de neón sobre el Capitolio (Fig. 12): probablemente esa palabra fulgurante hecha con una cursiva script, que en lugar de letras sopladas en vidrio parecen más bien dibujadas a mano en una caligrafía muy al estilo de aquellos años, seguía encendida lanzando luz hacia la plaza aquella noche, mientras por dentro se desataba el tiroteo (como insinuamos más arriba) y, acaso, estaría apagada ya por duelo en los días sucesivos, cuando al interior, en la Cámara Ardiente del Salón Elíptico, el parlamentario victimado recibía las exequias por parte del Estado. Otra Paz y otra Luz: su cuerpo había encontrado intempestivamente, con solo treinta años, la paz de los difuntos, y su alma, suponemos, la luz perpetua. Algo de eso ha sido finalmente contínuo en la larga historiografía de los intentos de acabar con la guerra en Colombia: un cierto empaste o recubrimiento los muestra fluorescentes y luminosos por fuera, pero se tornan lúgubres, despiadados o sanguinarios por dentro, como si se tratara de las dos caras de una misma moneda.
Fig. 12. Letrero de neón colocado en el Capitolio el 5 de septiembre de 1949 (Detalle, Fig. 1)
Fig. 13. Fernando Arias, Neón, 2012. Medidas variables.
En 2012, sin pretender aludir al letrero colocado en 1949 en la fachada del Capitolio como emblema, el artista Fernando Arias realiza una versión personal, también en neón, de esta misma palabra. En esta pieza-múltiple, sin embargo, es algo distinto lo que perturba: no es que se haya perdido, en comparación a la anterior, la prolija caligrafía bien ajustada a las líneas guía (tipo Palmer), sino que la palabra reluciente es “Pas”, con ‘s’ (Fig. 13). Al colocarla intencionalmente mal escrita, Arias convierte esa ofensa o atentado ortográfico en el ícono de una falla sustancial: no existe, particularmente en Colombia, una paz “perfuecta” (para destacar aquí la ironía sugerida por Juan Javier Salazar al pronunciar a menudo defectuosamente esa otra palabra). Siempre hay un error interno, demasiado evidente a cualquiera, que hace que ese brillo parezca sarcástico: el esplendor de su anuncio hace rutilante también el ostentoso aspecto de un fracaso que tiende a anunciarse y exhibirse como si se tratara del más rotundo éxito. Esto nos trae a la mente aquellos videos que algunas personas han subido con malicia a Youtube registrando alguna ceremonia o desfile que se supone debe ser elegante o glamoroso y terminan destacando a alguien protagonizando un suceso bochornoso o centrando la atención sobre su estruendosa o hilarante caída, ya sea por las escaleras o por los bordes de la tarima: por más tragicómica, aun cuando venga también anunciando la muerte, en cierto modo, cualquier paz ha sido aquí considerada un triste o patético triunfo.
Al comentar un video realizado en 2001 por Juan Manuel Echavarría, titulado “Guerra y pá” (difundido en el contexto de la inminente debacle de los diálogos de paz iniciados en 1998 entre el Gobierno de Andrés Pastrana y las FARC-EP), Pedro Adrián Zuluaga hace recientemente una reflexión que dialoga muy bien con la pieza de Arias. La obra de Echavarría registra varios altercados entre dos loros que, sostenidos en un palo de madera (con la forma de una cruz), van disputándose el espacio disponible en ocho rounds transmitidos en bucle, y donde en alguno, uno de ellos logra que el otro, por momentos, se vuele del lugar. Mientras un loro pelea repitiendo la palabra “guerra”, el otro repite el sonido “pá” como si se tratara de proclamas o himnos con los que pretendieran marcar la conquista que afirme el despojo o destaque su lucha por dominar el territorio, aun si este es, desde nuestra perspectiva, ínfimo (Fig 14). Zuluaga describe:
“Los loros fueron entrenados por Bonifacio Pacheco, un amigo del artista, en el Caribe colombiano, en el municipio de Barú. Esto explica que el animal preparado para decir paz no pronuncie la ‘z’. Lo que en principio fue un accidente lingüístico no previsto por Echavarría terminó por producir significados nuevos: la paz es una palabra mutilada. Mientras la guerra suena nítida, la paz es casi ininteligible. Pa es también la onomatopeya que se ha popularizado para recrear el sonido de los disparos: ¿hay que hacer la guerra para conquistar la paz? Echavarría muestra cómo las palabras ‘guerra’ y ‘paz’ se convierten en eslóganes vaciados de contenido, palabras que los políticos repiten mecánicamente.”[8]
Es esa misma “palabra mutilada” la que Arias completa, aun cuando a posta de manera equivocada. ¿Tiene algo de malo o reprobable nuestra “Pas”? ¿Será ella la única a la que podemos aspirar? o, acaso, a fuerza de insistir obstinadamente en el error, haremos de esta o alguna otra similar (o peor), nuestra forma legítima de inscribirla, lejos de normas o convenciones internacionales que la regulen (y veamos como imposición). Al igual que la abominable escritura, en forma y contenidos, usada en los volantes que las Águilas Negras, sucesoras de los ‘Pájaros’ de los años Cincuenta, reparten amenazando aun hoy a los líderes sociales, esa “Pas” puede reclamar por la fuerza el subversivo o anti-subversivo (guerrillero o paramilitar) derecho de tener su propio “estilo”. Sería una deformación particular (o pésimo uso) de lo que hasta ahora había sido el buen concepto de lucha contra la dominación epistémica: “¿Real Academia de la Lengua Española? ¿’Real’? ¿Somos acaso súbditos para obedecer edictos sobre nuestro modo particular de hablar o escribir?”; y yendo un poco más allá “¿Corte Interamericana de Derechos Humanos? ¿’Corte’? ¿Seremos el pueblo raso o los cortesanos que acepten se nos impongan los Derechos de nuestros adversarios políticos (admitiendo que son Seres Humanos)?”
Fig. 14. Juan Manuel Echavaría, Guerra y pa, 2001, Still de video: 8 min. 37 seg.
Como si la primera ruptura de la norma (o énfasis “estético”), que clama en favor de la libertad de expresión sin asesinar a nadie, llevara un guiño al atentado criminal o transgresión (de énfasis “ético”) que pasa, así, rápidamente de la representación al acto, en una performance cuyos daños, colaterales o no, terminan contándose en vidas. Viene a la mente aquí una viñeta cómica publicada por dos artistas gráficos, quienes repiten una misma idea con diferencia de pocos días (la idea, acaso, estaba “volando en el aire”): se trata del mismo ácido comentario a la campaña de pintar palomas, anunciada con el nombre oficial de “Jornada de Artistas por la Paz”, promovida inicialmente por artistas como Alejandro Obregón y por el entonces Presidente de la República, Belisario Betancur; la cual fue anunciada en los medios de comunicación como celebración nacional por las treguas firmadas días antes (entre el Estado y las guerrillas del M-19, el EPL y una facción del ADO), y realizada en todo el país el domingo 26 de agosto de 1984. Tanto “Al Donado” (El Espectador, 22 de agosto) como “Guerremar” (El Tiempo, 27 de agosto) imaginan como una “técnica libre”, propuesta para representar de cualquier modo a la paloma de la paz, que el delineado del ave pueda ser trazado por el plomo: con las huellas de balas dejadas con una ráfaga de metralleta (Fig. 15, 16).
Fig. 15. Al Donado (seud.). “Arte y parte en la paz” (El Espectador, 22 de agosto de 1984, p. 3A).
Fig. 16. Guerremar (seud.), S/T (El Tiempo, 27 de agosto de 1984, p. 6A).
Tiempo después de producida esa primera versión del múltiple ya comentado de Arias, el colectivo Don Nadie (conformado por Juan Bocanegra y Jorge Sarmiento) ensombrecen más esta “Paz” en un grafiti realizado a modo de protesta de lo que pensaban había sido la exclusión de una muestra que tuvo lugar en la Galería Desborde entre agosto y octubre de 2016: inscrita en el contexto temporal de la firma del primer Acuerdo entre el Estado y las FARC-EP, resultado de los Diálogos de Paz oficialmente iniciados en 2012 en La Habana y realizado como evento público en Cartagena, un mes después de la apertura de esta exposición, el 26 de septiembre. La noche de inauguración (25 de agosto) los artistas colocan una intempestiva e imprevista pinta en la fachada de la galería, sobre el texto que anuncia el título de la muestra: “Estrategia de respuesta rápida. Business war business”. Sin embargo, la “z” en la “Paz” de Don Nadie se ha sutituido por una esvástica: Bocanegra y Sarmiento sugieren que ese ideal que se supone redactado en un documento firmado y presentado como logro “positivo” (que un plebiscito conmina a refrendar aquel fatídico 2 de octubre, en que la opción del ‘SI’ fracasó por un extrecho e inesperado margen) es también la forma que toma la amenaza, “negativa” (que en la consulta se oponía a ella con un ‘NO’, Video 1, Fig. 17). Como provocadora intromisión en la puerta de un evento al que finalmente no fueron invitados a exhibir, adjuntan un comentario que subraya la certeza de que esta amenaza, entonces resumida en un juego de rechazo-aprobación plebiscitario, es siempre latente en un país donde no solo existen grupos activos de extrema derecha radical y filo-Nazi (como Tercera Fuerza) sino que una acendrada y casi nunca interrumpida tradición autoritaria ha impuesto sus propias agendas de tipo fascista con o sin el apoyo de la ley. Aquel Acuerdo de Paz es visto como una suerte de inminente “falso positivo”: el presagio de crímenes y masacres que han sido disfrasadas y presentandas como triunfos por los militares (o en este caso, políticos) con el fin de obtener con ellas, bien ascensos (como Representantes, en el Lesgislativo) o bien sus respectivos reconocimientos y condecoraciones internacionales (entre ellos, el Premio Nobel de la Paz). Una sustitución de actores incapaz de afectar sustancialmente las lógicas internas que en Colombia garantizan la guerra contínua.
Video 1. Don Nadie, Pa卐ificación, 2016, acción. Video-registro: 1 min. 3 seg. Disponible en: https://bit.ly/2S8ZDWX
Fig. 17. Don Nadie, Pa卐ificación, 2016, acción. Publicación en red social Facebook acompañada de texto.
Lo que queda sin esclarecer (como otra pregunta “volando en el aire”), es si estas propuestas señalan una conformidad o disconformidad con la Paz: si bien queda un debate permanente sobre los criterios de cómo construirla, este muchas veces ha sido interrumpido tras el ensordecedor atronar de los disparos, del ascendente o irreversible exterminio de líderes sociales o mandos medios desmovilizados. En ese trance, el país ha aprendido a no descreer en la Paz pero también ha aprendido a no creerle del todo.
No obstante, en su voluntad de lograr similitud con la letra depuesta, ellos trazan más bien una ‘sauvástica’, denominada levógira: donde los brazos o aspas que extienden la cruz inicial apuntan a la izquierda (mientras en la esvástica del Tercer Reich, lo hacen a la derecha: dextrógira, e inclinada 45°); filtrando, incluso si involuntariamente, la idea de que el monograma con el que reemplazan la “z” no es estricta ni originalmente Nazi. Como signo, ha tenido uso comun en iconografías de la antigua Roma e India, aunque su aparición geo-historica atraviesa tantas culturas y significados previos que resulta imposible atribuirle una sola dirección u origen: “significante flotante” devenido en “vacío” (en el sentido que Chantal Mouffe y Ernesto Laclau le dan a esos conceptos, que detallo más adelante), pero cuyas inscripciones más antiguas, casi todas levógiras, son anteriores al sánscrito (de donde ha mantenido su nombre) y se vinculan pocos cientos de años antes de nuestra Era a las religiones védica, budista y yainista (llevando entre otros, significados como ‘fortuna’, ‘saludo auspicioso’, ‘prosperidad’, ‘paz’ o ‘reencarnación’, como en el cíclico Samsāra); y fue incluso apropiado por varias instituciones civiles y algunas militares (como la Fuerza Aerea Finlandensa) en las primeras décadas del Siglo 20, mucho antes de su degradante estigmatización después de la Segunda Guerra Mundial, donde fue el blazón heráldico del Nacionalsocialismo Alemán.
Sin hacer énfasis en esta historia oculta y acaso menos aún en su ‘desvío a la izquierda’, Don Nadie se sostiene sobre esta última, ya completamente estigmatizada referencia icónica: la sintética y angulosa espiral de cuatro brazos que hoy es, políticamente hablando, ignominoso estandarte global de la extrema derecha. Acaso, después del exterminio perpetrado por el Nazismo, el giro izquierda-derecha o derecha-izquierda podría ser irrelevante o impredecible: como en los remolinos el agua al drenarse por el inodoro o los que hacen las inmensas corrientes de aire alrededor del ojo de un huracán (condicionadas por múltiples factores, además de la fuerza centrífuga o el efecto de Coriolis) y que, equivocadamente, se creía asumen sentidos contrarios solo en hemisférios opuestos. O instituyendo lo arbitrario, como el “sentido horario” inscrito por las manecillas desde los primeros diseños de relojes mecánicos, que tomaron el círculo siguiendo la representación del trayecto orbital del Sol y probablemente su sentido de la escritura occidental (entonces en toda Europa establecida de izquierda a derecha, contrarias a otras como el hebreo, el árabe y hasta al griego antiguo), logrando naturalizarlo: haciendo creer que esa dirección es la que sigue con precisión el irreversible curso del tiempo.
O quizas no completamente irreversible: en 2013, Nadia Granados había realizado un video casi completo en blanco y negro titulado “PAZ, PAZ, PAZ, PAZ, PAZ, PAZ”. La obra es la adaptación libre de un poema escrito en 1976, publicado dos años después por Luis Vidales y que, salvo por los subtítulos, puede aquí ser reconocido, ya que el registro de imagen y audio (a pesar de un pequeño fragmento con la reiterada palabra al comienzo y al final), han sido íntegramente editados en reversa. Miembro fundador del Partido Comunista Colombiano en 1930 y Premio Nacional de Poesía en 1982, Vidales tuvo grandes fricciones con el establecimiento político que lo forzaron una temporada al exilio, en los años Cincuenta, y muchos años después de su retorno sería también apresado e interrogado violentamente (en 1979) bajo sospecha de colaboración con la insurgencia: exactamente al año siguiente de ser editado el libro que compila este texto, en el rigor del Estatuto de Seguridad, durante la Presidencia de Julio César Turbay (quien, habíamos escrito, estuvo como Presidente de la Cámara durante la balacera en el Capitolio en 1949); y solo más recientemente, como una suerte de póstuma distinción oficial, otro poema suyo, dedicado a la Palma de cera y al Quindío, ha sido incluido en el billete de más alta denominanción, del otro lado de la imagen del ex-Presidente Carlos Lleras Restrepo.
Estos versos, matriz del video de Granados, han sido escritos antes de la existencia histórica de acuerdos o treguas que suspendan la continuidad del conflicto armado interno, pero sin duda teniendo en mente el traicionado proceso que en 1953 puso fin a las guerrillas de los Llanos Orientales, bajo el mando de jefes como Guadalupe Salcedo. Así, el poema es un amargo augurio sostenido en una prematura constatación: alude a esa paz que busca establecerse para que, una vez desmovilizada la rebeldía, se imponga la represión y la dominación territorial y de clase en todos los rincones del país.
“Paz para que pueda seguir la plusvalía / queda prohibida la violencia / dejad que el explotador duerma tranquilo / la ignominia deberá seguir su curso / tened santo respeto por el rico / no perturbéis el saqueo legalizado / la rebelión es un delito / paz para que continúe la injusticia / paz contra la dignidad del hombre / paz contra la esperanza de los seres / paz para que el saqueador de gringolandia / se lleve a pedazos el país / paz contra la libertad de palabra / paz contra la libertad de reunión / paz contra la libertad de conciencia / paz contra la libertad de prensa / si es obrera / paz para que la grande sea libre / de usar de la libertad a su manera / paz contra la libertad de cátedra / paz para mantener la agresión contra el pueblo / paz para atiborrar las cárceles de inocentes / paz paz paz paz paz paz paz paz paz paz / hasta que impongan la paz de letras gruesas / los que sabemos” (“Letanía de la paz burguesa”, 1976)[9]
Iniciando esta secuencia invertida del registro, la artista aparecece desnuda tendida en una cama dejando caer su cabeza a un borde y refregando con sus manos inscripciones previamente dibujadas con un marcador en su mentón (como si al frotarlas las hiciera aparecer): dos puntos a modo de ojos y dos pequeñas líneas síntesis de nariz de tal modo que, con la cámara enfocada en el rostro, surge un personaje como muñeco infantil recitando una versión incomprensible de esas palabras (que se alternan con imágenes de protestas sociales y violencia de Estatal) haciendo de esta “Paz” una suerte de mantra que podría oirse también como onomatopeyas de insistentes bofetadas: “ZAP, ZAP, ZAP, ZAP, ZAP, ZAP, ZAP, ZAP, ZAP, ZAP” (Fig 18, 19).
Fig. 18, 19. La Fulminante (Nadia Granados), Paz Paz Paz Paz Paz Paz, 2013, Stills de video: 3 min, 27 seg.
La marioneta que hace parte de su rostro versa en reversa (o, lo que es lo mismo, recita el anverso del verso): incluso si suscitada inicialmente por la indignación, esta otra letanía de sonidos glosolálicos asume desicivamente un sentido radical, contrario a aquel nefasto presagio de “Paz” descrito por Vidales: aquella que, levantada como bandera de prosperidad sobre la claudicación o el incumplimiento, impone la muerte, el despojo y la violencia sistémica en dirección única y despóta, ya sin discenso, adversarios o modos de resistencia posibles. Si bien ella ha realizado ensayos tempranos en video con juegos de otredad como este, desde comienzos del Siglo (permitiendo la apropiación de partes de su cuerpo a identidades ajenas o dividiéndolo para asumir en él, simultáneamente, la doble teatralidad del género), me inclino a pensar que son esta y otra propuesta, presentada como performance en vivo en octubre de ese año (dentro de una exhibición colectiva en Cero Galería), las que llevan la idea del revés parcial o absoluto en el lenguaje y en el cuerpo a incisivos o grotescos resultados. En aquella otra acción, el personaje exhibe sus senos dibujados sobre la espalda de la artista y el rostro trazado sobre su cabeza rasurada, del lado opuesto a su cara que queda oculta por una cabellera postiza: con movimientos y articulaciones que parecen quebradas, la muñeca sin nombre se desplaza buscando contacto o abrazos entre el público hasta ubicarse en una esquina donde se toca partes del cuepo, coquetea y luego canta con resonante voz y ‘a capela’ una antigua canción de desengaño (“Puro teatro” por “La Lupe”, 1969) con cuya letra increpa al público y, por extensión, a esa falsedad que hace parte constitutiva del sujeto, hasta caer derrumbada como si fuera súbitamente abandonada por el armazón que la sostiene (Fig. 20).
Fig. 20. Nadia Granados, S/T, 2013, Still del registro de acción realizada en Cero Galería: 4 min, 55 seg.
O tambien su trasero parlante incluido en una escena de su Cabaret de ‘La Fulminante’ estrenado pocos meses antes, también en 2013 (con una edición-adpatación premiada al año siguiente, titulada “Con el Diablo adentro. Monólogo del culo”, Fig. 21). Allí, sobre una silla o pedestal inclina el torso hacia adelante mostrando las nalgas al público mientras sostiene con una mano (o coloca en trípode) una cámara que filma su boca, no directamente visible, lanzando agresivos ruidos glosolálicos que se proyectan en simultáneo sobre esos glúteos que acaricia o separa con las manos, intentando seguir el ritmo de su intraducible discurso. Culo abierto en circuito cerrado: más que la metáfora del fin y principio del cuerpo, ordinariamente acotado en los extremos de la talla (de los pies a la cabeza), la boca y el ano constituyen las antípodas que ponen en una escala de valor esa frágil y al mismo tiempo potencialmente imprevisible estructura física que compone la humana animalidad de nuestra especie. Y muy especialmente, su caracter relacional: tanto con el mundo, por los intercambios entre el interior y exterior (aquello que asimila o desecha en el metabólismo del proceso digestivo) como el que puede establecerse con otros cuerpos semejantes, no inmediatamente comestibles (que abarcan desde las interlocuciones comunicativas hasta el comportamiento sexual). Todo lo que puede entrar o salir por ambos conductos o límites ha sido causa de señalamientos y fuertes indicadores normativos que definen el sentido de un ser en sí y para los demás, atravesado por sus más públicas e íntimas contradicciones. Socio-ecosistema de sublimaciones y estigmatizaciones culturales donde se construyen órdenes muchas veces naturalizados y al mismo tiempo reversibles: en un etremo, la aversión por el excremento, en el otro, la vocalización melódica de un canto.
Fig. 21. Nadia Granados (La Fulminante), “Monólogo del culo”, 2013-14.
Con impudicia, sin indulgencia: la función, presentada como una suerte de fenómeno circense, hace énfasis en cómo es proferido el lenguaje, sin reparar si se trata de la llana grosería o el elegante poema, de la palabra articulada o del grito; desde el más ambivalente y controvertido lugar de enunciación. La cavidad casi siempre oculta que refiere tanto a la sumisión (ya complaciente o ‘pasiva’: aquella que ‘se entrega’ a un falo o dildo, que se suponen ‘activos’) como al gesto por completo opuesto: la irreverencia y desafío a la autoridad que, en espectáculo público e impúdico de un recto insurrecto, se muestra solo como insulto y procacidad.
Resulta inquietante que, al no lograr manipular directa o materialmente algo que suele pensarse como un concepto abstracto sea, en todas estas propuestas descritas, la inscripción de la palabra “Paz” el significante que (ya como registro audible o transcripción alfabética) ha sido metonímicamente encendido, contravertido, perturbado: si un culo dilatado, como símbolo ya no condicionado al género, tiende a inquietar a ese otro culo sellado o blindado por la masculinidad identitaria (que es el más aceitado motor de la guerra); hay que destacar que “Paz” ha sido originalmente una palabra cuya raiz latina nunca fue ‘pasiva’. “Pax” era un verbo y, a su modo, también una suerte de sello: de allí deriva la palabra “pacto” y, muy posteriormente, también “pago” (entendido como una forma de aplacar o “pacificar” la ira del acreedor).
Al parecer, aunque la acción de Don Nadie siembra algunas dudas, ninguna de estas afrentas simbólicas recientes, comentadas aquí pretende una performatividad cuyo efecto logre directamente “hacer trizas” un Acuerdo firmado (pacto), que consolida el fin de una de las guerras que ha tenido lugar en Colombia, y con una dilatación mayor a la de cualquier culo: aquel que finalmente acabó oficialmente con la Guerrilla de las FARC-EP en noviembre de 2016 e hizo de varios de sus jefes hoy, dirigentes de un homónimo partido político. Terminaba así una lucha subversiva que acaso pudo ver brotar uno de sus cimientos más tempranos a fines de los años Cuarenta, cuando el joven Pedro Antonio Marín, fundador y jefe de la futura insurrección, escuchaba desde una radio a baterías la lluvia de plomo ocurrida en el Capitolio aquella noche en que estas interrumpieron violentamente a las palabras. ¿Dónde más las palabras podrían llenar por completo el sentido de un espacio o un recinto sino en el diálogo sobre una Mesa de Negociación o en el uso del habla ejercido en el, así llamado, “Parlamento”? ¿Dónde más podría ser acribillado el sentido, la función o el desempeño de una, de cualquier palabra?
La balacera en el Capitolio de septiembre de 1949, con su desenlace de muerte y heridos, interrumpía también, como hemos comentado, el primer evento que buscaba hacer a escala nacional un decisivo llamado al cese de la encarnizada violencia bi-partidista. Esta inscribe bajo lema y blazón un símbolo como la paloma blanca, impresa en los afiches que, al difundirlo, se hicieron circular entonces: ave que pocos meses antes se había instituido como símbolo internacional de la Paz, gracias a la imagen de un cuadro pintado por Pablo Picasso utilizada para el afiche del “Congrès Mondial des Partisans de la Paix”, realizado en París en abril del mismo año (aun cuando, aquí, esa representación tenía antecedentes muy claros desde los años Veinte) (Fig.22).
Fig. 22. Pablo Picasso, Congrès Mondial des Partisans de la Paix, 1949. Litografía, 59.7 x 40.3 cm.
Ese hastío semántico que se genera al escribir o pronunciar repetidamente la misma palabra, tratándose además de una que, especialmente en Colombia, parece haber quedado muchas veces sin efectos performativos (o con efectos por completo adversos a los inicialmente previstos), ha logrado desgastar la “Paz” hasta despojarla aquí de cualquier sentido que se le pueda suponer propio o genuino. Como todas las nociones neurálgicas o cruciales para mantener una mínima estabilidad dentro de un territorio fuertemente golpeado por lo que son considerados, normalmente, sus opuestos absolutos (la guerra y la violencia), la Paz se mueve entre una condición que oscila entre ese “significante flotante”, descrito a mediados de los Ochenta por Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, y aquel otro que, en un ensayo posterior, Laclau define tendencialmente proclive a devenir un “significante vacío”: mientras el primero refiere a elementos discursivos (palabras, símbolos) que se han convertido en signos sobredeterminados, polisémicos e inestables, sin un significado unívoco, inmersos en una intertextualidad que los desborda o articulándose a demandas incluso opuestas y beligerantes entre sí; el segundo es una fase donde, luego de quedar en una suerte de afuera del sistema de significación o sin un contenido concreto, el significante es subvertido, re-introducido o tomado en préstamo para verter en él, dentro de su incidental vaciamiento, un contenido donde su presencia es “la condición misma de la hegemonía”, logrando provisionalmente “representar el puro ser del sistema”.[10]
En el caso de las palabras, es ese tránsito en su propio sistema de significación el que facilita su inscripción en otro sistema, sino político, al menos lingüístico. Como significados dúctiles o elementos medularmente fonéticos o morfológicos, se desplazan también por los laxos límites que van de un idioma a otro (ambos, en continuo proceso de re-invención) recogiendo algunos de los equívocos o residuos de su sentido anterior o incluso perdiéndolos por completo. Así ha ocurrido con esa cadena de significación perdida en el uso, donde el propio nombre de “Colombia”, que viene del apellido del Almirante Cristóbal Colón, castellanización de Christophorus “Columbus”, es una palabra que en latín significa “paloma”. O el de la propia palabra “paloma”, la cual procede de “palumbus” (en latín, sinónimo de “columbus”), pero cuya raíz proto-indoeuropea define un sentido distinto, referido a un color pálido e indeciso, entre grisáceo y azulenco, que en otros idiomas como sánscrito, persa o lituano antiguo terminó conformando palabras usadas para significar simplemente “gris”: es, por tanto, el color habitual de las palomas el que terminó tomando ese elemento del mismo modo para el término griego como para el latino, derivado de aquel. Al igual que lo que ocurre con la palabra “pluma” y aun cuando el color del plomo sea también “gris”, no hay, al parecer, mayor vínculo aquí entre esa raíz y este otro término, más allá de lo exclusivamente fonético: “plomo” viene del latín “plumbum”, que toma el elemento onomatopéyico ‘plum’ (ruido que hace un objeto pesado al caer en el agua) para designar ese metal, usado por siglos en la fabricación de proyectiles de armas portátiles al punto que, en sinécdoque, se ha convertido, especialmente en el castellano latinoamericano (incluso se piensa, medularmente colombiano), en un coloquial sinónimo de bala o munición.[11] Queda sembrada entonces la duda de si decir “paloma blanca” podría ser, etimológicamente, una completa contradicción; pero con seguridad, incluso si no cumplen el papel de mensajeras (de paz, de amor o, como ocurre más frecuentemente, de guerra), aun sin plumas el plomo vuela en el aire mucho más rápido que cualquier paloma.
Siguiendo la vía del plomo y dejando de rastrear la azarosa genealogía de los significantes, podemos llevar la metáfora hacia la materia misma (específicamente del lado de la geofísica y la geocronología), donde el sistema isotópico U-Th-Pb podría resultar útil para pensar junto a Mouffe y Laclau. La referencia apunta a esa cadena de desintegración natural en la que los isótopos de un elemento se desprenden de partículas corpusculares o emiten efluvios electromagnéticos mutando en otros elementos. Para el Uranio-238 o Uranio-235, este proceso induce transmutaciones hasta finalmente devenir, respectivamente, en Plomo-206 o Plomo-207: el primero en pocos miles, el segundo en algunos cientos de millones de años. El conocimiento de este tipo de cadenas de desintegración permitió los métodos de datación radiométrica: de modo equivalente a como lo hacen los isótopos de Carbono-14 en su transformación en Nitrógeno-14 para los compuestos orgánicos (que permiten a los antropólogos forenses determinar la datación de un fósil o la fecha de nacimiento o muerte de una persona a partir de sus restos), estos resultaron útiles para determinar incluso la edad hoy aceptada de nuestro planeta, estimada en unos 4600 millones de años.
Mantengamos la calma: la analogía aquí es mucho más simple. El Uranio-238 es un actínido inestable (digamos, como los “significantes flotantes”) que procede a descomponerse a través de emisiones que desdibujan sus propiedades y lo transmutan de manera continua en otro elemento: en síntesis, Uranio-238, Torio-234, Protactinio-234, Uranio-234, Torio-230, Radio-226, Radón-222, Polonio-218, Plomo-214, Bismuto-214, Polonio-214, Plomo-210, Bismuto-210, Polonio-210 y finalmente Plomo-206 (Fig. 23).[12] El plomo es aquí el producto “tendencialmente vacío” del Uranio, aun cuando, en este caso (a pesar de ser dúctil) lo sea de manera permanente y no transitoria: muy resistente a la corrosión y completamente estable, este elemento es fijado en una condición ya no “flotante” ni mudable, sino unívoca. En este orden de ideas, hemos convertido el plomo en un símbolo (como símbolo, este sí transitorio) similar al “significante vacío” y, por lo mismo, en algo análogo a esa herramienta que el totalitarismo hegemónico puede utilizar para detener el carácter diferencial de sentidos (distintos y ambiguos) o el triunfo absoluto del polimorfismo semántico. Nunca mejor dicho: la diferencia y la oposición eliminadas con plomo (simultáneamente bala y veneno).
Fig. 23. La serie del Uranio. Los tiempos mostrados en las fechas son vidas medias en cada paso. (en: Francisco Cánovas Picón, Op.Cit., p. 30)
La “Paz” ha sido aquí una palabra luminosa, mutilada, desviada o reversible, pero transgrede así los significados que de manera conflictiva o controvertida han sido erigidos junto a esa, en apariencia, única bandera (o significante). Este atentado frecuente es el que no ha permitido a la Paz, salvo por instantes volátiles y efímeros, sedimentarse en una única forma o noción compacta y definitiva, tanto si lo hace para intentar una emancipación o una restauración del orden social: la irreverencia no permite tocar fondo o llegar a ese estado ulterior, donde el peso del plomo (como imagen generalizada de estancamiento) consolide la unidad hegemónica incuestionable. Además, esa misma fuerza tendencial al “vacío” hace que tampoco pueda la Paz permanecer en el lugar simbólico opuesto, que le asignamos al Uranio: ni extremamente neuro-tóxica, ni extremamente radioactiva, la Paz de Colombia (y no esa atribución, tan colombiana, de señalar un aspecto del proceso o un escollo de la implementación como la Paz de tal o de cual) se encuentra en un estado permanentemente efusivo o dosificado de deyecciones necesarias y, por momentos, peligrosas (incluso si potencialmente detonantes o explosivas) que la hacen activa y la transforman.
Todas las sustancias, incluyendo el agua y el oxígeno, pueden producir efectos tóxicos: es la relación entre el grado de toxicidad, su concentración, el modo de contacto o el tiempo de exposición a ella, los que determinan los daños o su potencia letal sobre un organismo. “Dosis sola facit venenum” (“Solo la dosis hace al veneno”) es la frase que Paracelso anota en 1564 y que se ha vuelto casi un lema de la toxicología. Por otro lado, siendo la radiación natural o artificial un flujo de energía en forma de ondas o partículas de un lugar a otro, estamos permanentemente bombardeados por diversos tipos de radiación, como si se tratara de ráfagas de proyectiles: desde rayos cósmicos o radiación solar hasta la de electrodomésticos y ondas de los sistemas de comunicación, sin mencionar las del espectro electromagnético o las acústicas que permiten la captura perceptiva de la visión y el sonido o las que emiten también los seres vivos entre sí): muchos elementos tienen átomos con núcleos inestables y la radiación es el modo que encuentran para buscar su estabilidad. Algunos flujos radiactivos pueden ser beneficiosos e imprescindibles para la vida (del mismo modo que los tóxicos, sin exceder un determinada cantidad o tiempo de exposición), otros son potencialmente letales: particularmente las radiaciones ionizantes, que logran arrancar electrones de las moléculas en los seres vivos y pueden generar desde quemaduras hasta cáncer, además de mal funcionamiento de órganos, destruir las células o producir rupturas o alteraciones en secuencias de ADN que son luego genéticamente transferidas.
Aquí, el plomo y el uranio son solo poderosos símiles y metáforas de ambos extremos, a su modo, devastadores: imperceptibles, como las partículas que el agua o aire contaminados introducen en el cuerpo y los que irradian los desechos radioactivos, o estruendosos como la explosión ocasionada por fisión nuclear y reacción en cadena (que empieza con un isótopo de Uranio-235 bombardeado por un neutrón en las bombas atómicas y es fase esencial para la detonación de otras bombas de fusión, como las de Plutonio-239). El pensamiento crítico evita que un concepto como la Paz se fije peligrosamente estable en uno, sin poder mantenerse tampoco en el otro extremo, que es una suerte de nube de hongo nuclear. Lo que resulta algo insólito es que el tiempo tienda a hacer que, en esa secuencia de desintegración, un elemento se transforme en otro, mientras estas propuestas que a su modo hacen estallar la Paz, se mueven metafóricamente en una vía contraria a esa ruta que (antes que el reactor nuclear o el acelerador de partículas lograran transmutaciones inducidas) ha sido, incluso geocronológicamente, naturalizada como el sentido único o definitivo del tiempo.
Bogotá, enero 2019 / (Versión 1.0)
NOTAS:
[1] Algunas referencias sostienen que Soto del Corral muere a pocos meses de la balacera, sin dar fecha precisa. La afirmación de que su muerte se produce años después la asumo por la precisión que se anota en esta semblanza de Gustavo Jiménez (última visita, enero 2019): http://veedurialiberal.blogspot.com.co/2009/09/gustavo-jimenez-jimenez-una-prometedora.html
[2] Para esta narración se han revisado solo fuentes de época: versiones contrastadas de El Espectador, El Tiempo y El Siglo entre los días 8 y 12 de septiembre de 1949.
[3] Narrado por Arturo Alape en Las vidas de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez, Tirofijo (Bogotá, Planeta, 1989).
[4] Ver las discrepancias entre las narraciones de El Espectador (“Relato de la trágica sesión de anoche”, 8 sept 1949, p. Novena), El Tiempo (“La tragedia de la Cámara conmueve al país”, 8 sept, 1949, pp. Primera y Cuarta) y El Siglo (“Bala en la Cámara. Un representante fue muerto al injuriar a un colega”, 8 sept. 1949, p. 1; “Tendenciosas noticias sobre la tragedia de la Cámara, ayer”, 9 sept. 1949, p. 1; “Los liberales se encontraban armados y comenzaron los disparos en la Cámara. 19 disparos hizo el liberalismo contra los conservadores”, 10 sept. 1949, p. 1).
[5] El Siglo “Fueron robados los registros de la sesión del 8 de la Cámara. Estaban guardados en donde entraban empleados liberales”, 12 sept. 1949, p. 1.
[6] Fragmentos de las cartas de adhesión y apoyo se publican en: “El Movimiento Pro-Paz cobra cada día mayor fuerza en toda la Nación. El Comité Nacional de Bogotá sigue recibiendo innumerables adhesiones”, El Tiempo, 4 de septiembre de 1949, p. Tercera.
[7] La programación se publica en El Espectador (“Semana Cívica Pro-Paz se inicia el domingo próximo”, 1 de septiembre, pp. Primera y Décima). Un artículo de solidaridad y apoyo a los organizadores en todo el país de esta Semana Cívica, firmado por el Comité Pro-Paz, se publica en El Siglo (“El movimiento por la Paz se hace cada vez más intenso en todos los sitios del país”, 11 de septiembre, pp. Primera y Octava).
[8] Pedro Adrián Zuluaga, “Guerra y pa”, en: Arcadia n.100, 2014 (última visita, enero 2019). http://www.revistaarcadia.com/impresa/especial-arcadia-100/articulo/guerra-pa-juan-manuel-echavarria/35115
[9] Incluido en: Luis Vidales, La Obreriada, La Habana, Casa de las Américas, 1978, p. 117 (reeditado con el mismo título, añadiendo poemas escritos en 1978 en Bogotá: Ediciones Helika, 1979, p. 115-116).
[10] Chantal Mouffe y Ernesto Laclau, Hegemonía y estrategia socialista. Buenos Aires, FCE, 2004 (originalmente publicado en 1987) y Ernesto Laclau “¿Porqué los significantes vacíos son tan importantes para la política?”, en: Emancipación y diferencia. Buenos Aires, Ariel, 1996. La relación entre el “significante vacío” y la Paz (con énfasis en el inexijible artículo 22 de la Constitución) ha sido anotada por Julieta Lemaitre Ripoll: La paz en cuestión. La guerra y la paz en la Asamblea Constituyente de 1991. Bogotá, Universidad de los Andes, 2011, p. 17
[11] Ver las entradas etimológicas para ‘Paloma’ y ‘Plomo (última visita, enero 2019) en: http://etimologias.dechile.net/?paloma y http://etimologias.dechile.net/?plomo. La expresión “¡Plata o plomo!” se ha hecho internacionalmente famosa con la serie web “Narcos” (de Netflix), cuya trama está basada en la historia del Cartel de Medellín.
[12] Francisco Cánovas Picón, Física nuclear y partículas (2006-2007). Datación radioactiva, p.30. Sin más datos. Disponible en (última visita, enero 2019): https://webs.um.es/gustavo.garrigos/biotec2014/datacion_radiactiva.pdf